“Apenas vuelva la luz del día es necesario que los niños vayan a la escuela. Pues ni las ovejas ni otra clase alguna de ganado puede vivir sin pastor, tampoco es posible que lo hagan los niños sin pedagogo ni los esclavos sin dueño[...] Este inspector de nuestra juventud deberá tener una vista muy penetrante y ejercer una vigilancia extrema sobre la educación de los niños, y enderezar sus naturalezas, dirigiéndolas siempre hacia el bien que prescriben las leyes”. Platón (Las leyes - Libro VII).
Platón entendía el papel de la educación en un contexto cultural, cívico y político. Acompañando al individuo en un proceso de socialización, esto es, formando ciudadanos con derecho al conocimiento de toda clase de disciplinas y ciencias, por lo tanto, ciudadanos libres; con derecho a expresarse libremente e iguales ante la ley; con derecho al trabajo y a una protección social digna.
No cabe sociedad de bienestar sin leyes y normas que aseguren su continuidad. Como organismo social, la educación debe estar al servicio de las necesidades personales del individuo y de su desarrollo en la sociedad. Debe reproducir la identidad existente y asegurar la transmisión del patrimonio cultural.
En este sentido la sociedad es conservadora, interesada en perpetuar tradiciones y costumbres y la educación se ha convertido en el medio de encajar en los moldes sociales previamente establecidos. Émile Durkheim, sociólogo francés considerado uno de los padres de la disciplina académica, junto a Karl Marx y Max Weber, opinaba que la educación “es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre aquellas que no han alcanzado todavía el grado de madurez necesario para la vida social”. La entendía como un proceso socializador, de adaptación del individuo al grupo presente o previsto.
“La educación […] tiene por objeto el suscitar y desarrollar en el niño un cierto número de estados físicos, intelectuales y morales que exigen de él tanto la sociedad política en su conjunto como el medio ambiente específico al que está especialmente destinado”.Durkheim, E. (Educación y sociedad, Barcelona: Península -1975).
De alguna manera, sigue patente esta idea de educación como control social, como medio de conseguir la ligazón y unidad de un grupo, instaurando las características de su identidad. Características ideologías, religiosas, legislativas, costumbristas…
Este control social se pervierte, cuando se considera la educación como instrumento al servicio de valores políticos, sociales y económicos localizados y no consensuados. Valores que representan cada nuevo régimen político, de cualquier naturaleza, que reforma los programas escolares según sus intereses. La LOMCE es el ejemplo último de esta situación en España y refleja otras ideas sobre la función social de la educación.
La educación también es capaz de establecer diferencias entre los individuos a través de procesos de selección, disgregando la cohesión social y promoviendo la segregación de la sociedad en clases. Así, construye y selecciona a los individuos que se convertirán en los futuros pilares que dirigirán la sociedad. Promoviendo la cultura de las clases dominantes.
Consecuencia directa será la agrupación del alumnado según sus circunstancias socio-económicas y culturales, desarrollando su personalidad en un entorno social aislado que no responde a la realidad social actual, sino a los objetivos del régimen político.El desarrollo económico de un país depende en gran medida del nivel educativo y cultural del mismo.
Como institución social, el objetivo primordial de la educación debe de ser satisfacer las necesidades del individuo y no del sistema. Sin duda interesa que asegure la transmisión de cultura, tradición y patrimonio pero sin dejar de lado la promoción del cambio social y la adaptación a la realidad existente.
Ha de renovar viejas estructuras sociales para asegurar el progreso y mejora de la sociedad, contribuyendo al desarrollo del espíritu crítico y la creatividad del individuo, fundamentales para hacer posible la evolución social. En este contexto, ha de estar al servicio de la diversidad y funcionar como organismo integrador, asegurando el derecho a la igualdad de oportunidades de todas las clases sociales.
Cuenta Fernando Savater, en su libro “El valor de educar”( Barcelona: Ariel – 1997) que, aunque a lo largo de su historia se dieron varios modos de ideal educativo griego, hubo un momento en el que, en materia de educación, se distinguió entre las funciones del pedagogo y del maestro: “El pedagogo era un fámulo que pertenecía al ámbito interno del hogar y que convivía con los niños o adolescentes, instruyéndoles en los valores de la ciudad, formando su carácter y velando por el desarrollo de su integridad moral. En cambio el maestro era un colaborador externo a la familia y se encargaba de enseñar a los niños una serie de conocimientos instrumentales, como la lectura, la escritura y la aritmética. El pedagogo era un educador y su tarea se consideraba de primordial interés, mientras que el maestro era un simple instructor y su papel estaba valorado como secundario”
En nuestros días, estas dos funciones principales quedan difuminadas entre el profesor, la familia y la realidad social de cada alumno. La escuela ha adoptado el modelo instructor en lugar del educador, dejando el desarrollo e integración social del individuo en un segundo plano, en beneficio de la productividad y la excelencia académica.
“El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender.” Michel de Montaigne – (Ensayos )
Fran MontMàs